Una historia familiar desde Nueva Carteya

Seis días

Día primero.

Lugar “Los Molinillos”

Jugaba con mi hermana bajo el azul del cielo, entre las uvas doradas sobre terrones secos. Sonrisas desenfadadas de repente ofuscadas. Desconcierto y temor cuando mi padre gritó -¡Esconderos!- Unos hombres le vinieron a buscar, unos hombres con sombreros negros.

-¿Tú eres Vicente Roldán?

Preguntó sin respeto la autoridad.

-Si, para servir a Dios y a la verdad.

-Acompáñanos, te venimos a arrestar.

Ocultas entre la vid, observamos como mi padre se quiso resistir. Cuerpo a cuerpo usando el metal, lograron reducirlo para podérselo llevar.

Solas y asustadas en la viña, salimos despavoridas al encuentro de mi madre que preguntó sorprendida ¿Qué ha pasado niñas?

-Unos hombres armados se llevaron a papá, arrastrándolo por el suelo entre insultos acusaciones y diversas riñas.

Día segundo.

Me dirijo al ayuntamiento donde está preso mi padre. Un camino de fusiles en mano me acompañan en la cárcel. Un mendrugo de pan y café de cazuelillo es todo cuanto puedo llevar para saciar su hambre. Los guardias de la puerta no me dejan pasar, requisan la comida que le llevo porque hoy no lo dejará alimentar.

Mi mirada se encuentra con otra víctima más. Un joven hombre recién casado al que le esperaba la misma suerte de mi papá. A su joven esposa que le vino a visitar, la castigaron haciéndole tragar aceite de resino para quemarle el intestino. Ridiculizando su dignidad afeitándole la cabeza dejándole solo un moñito con lacito, para exhibirla por el pueblo como un mal ejemplo por su delito. El crimen que cometió fue amar y defender a un hombre que en su vida había hecho ningún mal, solo rechazar la tiranía y exigir libertad, como mi padre y otros muchos más.

De regreso a mi casa a la altura de la fachada sur de la plaza, una fila de rebeldes campesinos asume su destino. Serian fusilados, algunos solo por poseer armas de caza. Otros por secuestrar en la iglesia a los señoritos y hacer rodar las cabezas de los “santos benditos”.

Gran fortuna la suya se han salvado, cuando tocaron retirada y los soldados se marcharon dejándolos plantados. Algunos recuperan la fe perdida en Dios, a pesar de haber profanado su cuerpo sagrado, porque la iglesia los había defraudado.

Día tercero.

Lugar, calles de Nueva Carteya.

Como represaría al pueblo por su rebeldía, comienzan los disparos a todo aquel que se asoma a la puerta o al tejado se subía. Calles barridas por el miedo, los militares con moros ya han llegado para oprimir a un pueblo trabajador y honrando. Como escarnio de los que no acataron las ordenes fascistas, apoyados por los señoritos que no les convenían trabajadores libres, cultos y progresistas. Sus tierras es lo único que el señorito andaluz quería que esta pobre gente cultivara como si fueran bestias.

La envidia y el despotismo se ceban sobre la gente llana. Seres viles lanzan acusaciones infundadas, para saquear las riquezas de las personas honradas.

Cuerpos ensangrentados cuelgan boca abajo en las ventanas, su sangre riega el temor y la cobardía para que pueda florecer la tiranía. La ley y la iglesia van de la mano del tirano, del mercenario de almas, muertas o vivas en las cárceles perdidas. Todo lo vi el tercer día cuando a la cárcel acudía.

Día cuarto

Lugar, una casa de la calle Llana.

Ruega misericordia mi madre a su señora, en un acto desesperado por mantener su esposo a su lado.

Pide clemencia aquí y allá para que sea perdonado. Perdonado por haber negado el voto al marido de la señora que mi madre estaba implorando. No solo ayuda le negó, además la subyugó para tenerla esclavizada y a nosotras de criadas. De tripas corazón hizo mi madre, seis bocas hambrientas debía saciar. Para salvar la vida de sus hijos la degradación fue el único camino que encontró.

Día quinto.

Lugar la cárcel.

Suplica mi padre al de las llaves que le permita despedirse de sus seres queridos. Éste en un acto de piedad sin entresijos le otorga su última voluntad, su conciencia carcelaria quería dejar en paz.

Con el rostro desencajado al vernos llegar levantó la voz.

-¡Hijos míos recordad siempre que os quiero más que a nada en el mundo, que vuestro padre es inocente! Oigáis lo que oigáis id con la cabeza bien alta, porque sois hijos míos, hijos de Vicente. Ser justos, honestos y trabajadores honrados como he sido yo, un hombre que por serlo lo han desgraciado. No consentir jamás que nadie maldiga mi nombre, pues solo con dignidad he sabido caminar en este mundo injusto lleno de maldad-.

Con gritos desesperados y el alma desgarrada, salimos de la sala donde mi padre se quedó con toda su impotencia y toda su rabia.

No nos dio ningún consuelo ninguna esperanza, aquellos hombres fríos que la cárcel guardaba.

Mi madre desobedeciendo a mi padre a su encuentro acudió. No tenía más temor que el de no poder despedirse de su amor, de sentir su último beso, su último abrazo. Sin importarle ser humillada y ultrajada como aquella desdichada joven recién casada. Mi padre la despidió con una declaración de amor.

-¡Eugenia cuanto nos hemos querido! Has sido la única mujer que he amado. A donde vaya no dejaré de quererte. Cuida de nuestros hijos con todo el amor que ya no podré ofrecerles-.

Al salir del presidio su rostro abatido reflejaba desesperación, herida de pena al suelo cayó.

Sexto día.

Lugar, una curva cerca de Montilla.

El día de Santa Teresita regreso a la cárcel con la esperanza de volver a ver a mi padre. El carcelero me preguntó con áspera voz y sarcástica risita.

-¿Dónde vas niña? Quien vienes a buscar se lo han llevado ya.

-¿Dónde?- Pregunté.

-¡A fusilar!- Me contestó.

-¡No, no, no! Llévame con él, llévame con mi papa.

-Es tarde, al alba los fusilaron a tu padre y al joven recién casado.

Pensé que todo era una pesadilla. No me podía sostener y caí al suelo de rodillas, quise despertar de tanto dolor, de tanta angustia, de tanta agonía.

El día de antes recibí su último abrazo. No podía hacerme a la idea de que jamás lo vería. Todo a mí alrededor comenzó a darme vueltas, me quedé paralizada, el pecho me oprimía, la garganta me ahogaba, no podía respirar, todo se volvió difuso hasta que se hizo la oscuridad.

Al despertarme yacía en los brazos de mi madre que me acunaba con la mirada perdida. El negro fue el color que vistió el resto de sus días.

El luto y el llanto se apoderaron de mi tierra, quedó sangrante y hambrienta. El sexto día fue el fin de la infancia que al lado de mi padre viví tan feliz.

Setenta y cinco años después.

Ya no tengo miedo con ochenta y siete años sobrevividos.

Todavía recuerdo sus enormes ojos negros, sus largas pestañas le llegaban a las cejas, lo observaba admirada cuando me cogía para sentarme cariñosamente en su regazo, siento como el primer día su último y cálido abrazo.

Solo he querido que se sepa la verdad, que a mi padre lo asesinaron por no dejarse avasallar. Por fin ha llegado el día de atreverme a expresar toda la rabia contenida cuando mataron a mi papá. Setenta y cinco años de miedo que hasta ahora no he podido superar, siempre desconfiando de cualquiera que me mirara mal.

Hoy me brindan la oportunidad de poder conmemorar la memoria de mi padre. En una cuneta asesinado, en una fosa común enterrado como otras miles de víctimas más. Hasta el último momento se mantuvo estoico, no suplicó, aguardó con frialdad el tiro que lo hizo matar.

Cunetas sembradas de cadáveres sin culpa, a los que no se les rindieron honores, mancillados para que fueran olvidados, sin un ruego, una plegaria o un ramo de flores.

La conciencia dicta evocar a todos los inocentes que mandaron fusilar, para aprender del pasado y no olvidar jamás, que lo sucedido en España no fue una guerra civil más, fue un genocidio y un crimen contra la humanidad.

Dedicado con toda mi admiración a Vicente Roldán Rueda y todas las víctimas ignoradas de la guerra, para que su asesinato no se olvide con el tiempo, y los hijos de mis hijos sepan que también descienden de un hombre que defendió con dignidad, la paz, la igualdad y la libertad.

Francisca Luna Baena

Nueva Carteya (Córdoba)


Mesa redonda sobre el franquismo

La Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales ha organizado este mediodía una mesa redonda centrada en la “Oposición Política y Sistema Judicial en el Franquismo Avanzado”. El acto ha tenido lugar en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho, Ciencias Económicas y Empresariales.

La mesa redonda fue moderada por el decano de la Facultad de Derecho, Miguel Agudo Zamora y defendida por tres profesionales del sector. Los componentes han sido el director de la Fundación Abogados de Atocha, Raúl Cordero Torres, el profesor de Derecho Penal de la UCO, Horacio Roldán Barbero y el presidente de la Fundación Abogados de Atocha y profesor de Derecho Constitucional, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.

En este mismo encuentro se ha llevado a cabo la presentación de dos libros. El primero, titulado “Materiales para el Estudio de la Abogacía Franquista”, coordinado por José Gómez Alen y promovido y editado por la Fundación Abogados de Atocha. El segundo, escrito por el profesor de la Facultad de Derecho, Horacio Roldán Barbero, y publicado por la Universidad de Córdoba, tiene el nombre de “El Maoísmo en España y el Tribunal de Orden Público”.